viernes, 8 de febrero de 2008

LA COMUNIDAD

En mi finca venden un piso. Es en el primer piso, la puerta 1. Vivimos en una de esas moles (de 7 alturas y 28 viviendas) que tienen piscina, mini jardín y pista de no sé qué, todo en la parte de atrás del bloque, rodeados por otros bloques de aspecto amenazador (más o menos como el nuestro). Vamos, un quiero y no puedo y nos empeñamos hasta las cejas.
El precio del piso que venden es como para echarse a temblar, 350.000 €. Desde que mi mujer y yo compramos nuestra vivienda, cómo se ha puesto el tema.
La verdad es que la vivienda de la que hablamos nunca ha estado ocupada. Qué desperdicio. Cuando nos vinimos a vivir aquí, allá por el año 1992, el de la inmobiliaria nos dijo que la habían comprado unos de Madrid, creo. Y eso es todo lo que sé de la puerta 1.
Yo vivo en la puerta 2, por lo que nunca he tenido vecinos pegados a mis paredes, aunque sí enfrente.
Ahora que le han colgado el cartel de “se vende”, el vecino del quinto, Mariano, el de la puerta 18, convocó una reunión de la comunidad para el miércoles de la semana pasada, a las 8 de la tarde, en el “jardín”. Bueno, en realidad la convocó el administrador de fincas, que es uno que no tiene nombre pero que se parece a Felipe V (sí, el primer Borbón...).
Como siempre que hay reunión, la mujer de Mariano, Elvirita, y dos o tres vecinas más prepararon café y pastas; llevaron unas mesitas y lo dispusieron todo la “mar de bien”. A mí, personalmente, no me hace ni pizca de gracia. Yo soy de los de cuanto antes terminemos, mejor. Con la edad me estoy haciendo huraño. Mi mujer, como siempre (o como nunca) no vino. La verdad es que admiro la facilidad con la que se quita de encima estas reuniones sociales.
Yo iba temiéndome el “tostón” en que se convierte cada una de estas reuniones. Alguna gente, por no decir la mayoría, acude exclusivamente a chismorrear.
Pero de repente me encontré con la sorpresa de que el susodicho vecino, Mariano que, por cierto, trabaja de algo en el BBVA (creo que es algo así como interventor), se había confabulado con tres vecinos más (que trabajan los tres de comerciales, uno en Nestlé, vendiendo helados, otro vende seguros de Santalucía y el tercero es comercial de Amena) para dar la campanada.
Se habían reunido entre ellos y con el Felipe V ese en el despacho de este último y habían elaborado una especie de “contrato de buenas costumbres” que entraría en vigor a partir de ese día y que debería firmar quien comprara a partir de ahora una vivienda en nuestra comunidad. El contrato se firmaría ante notario y en el mismo acto de la compra, como una más de las condiciones de la escritura. ¡Contrato de buenas costumbres!
Yo, que soy mal pensado por naturaleza, les pregunté que a qué buenas costumbres se referían, pues como comprenderéis, cada uno de los vecinos tiene por costumbre cosas bien distintas.
Las buenas costumbres a las que se referían, me dijeron, no tenían nada que ver con la limpieza, los pagos a la comunidad o la observancia de las normas básicas de civismo, que se sobrentendían. Las buenas costumbres a las que se referían mis vecinitos eran de la guisa de “colaborar en la organización del aperitivo del sábado en el jardín, llevar juntos a los niños al zoo o al cine, quedar para tomar café (sólo las mujeres) cada día en una casa, alguna cena de vez en cuando en el restaurante de moda, salir juntos en mountain bike los domingos por la mañana...”, y cosas por el estilo.
No sabía qué hacer, pero al fin reaccioné. Pero por favor, les dije, no podéis hacerlo. No se puede obligar a nadie a esas cosas. De hecho yo nunca he participado en nada de eso, no sé por qué ha de participar un vecino nuevo.
A partir de ahora la cosa tiene que cambiar, me dijeron. No podemos permitir que en nuestra comunidad entre cualquiera. Contigo ya no podemos hacer nada, eres un caso perdido, además de que eres uno de los vecinos más antiguos, pero con los que entren a partir de ahora...
Me sorprendió ver que yo era el único que les llevaba la contraria. Intenté que el administrador les explicara cual era la ley, que nosotros no podíamos establecer normas de ese tipo, y menos por nuestra cuenta y riesgo. Pero el administrador parecía incluso disfrutar. Me contestó que ya era hora que en esta comunidad de vecinos hubiese alguien con valor para tomar una decisión así. ¡Con esa cara de Felipe V, qué se podía esperar de él!
Me dirigí al resto de vecinos y vecinas buscando algo de complicidad, pero sólo encontré un aliado, Vicent, del que dicen que es hippie y fuma mariguana. A los demás les dio lo mismo. Aun no estando de acuerdo, para qué complicarse la vida y discutir con unos vecinos pirados. Total ellos ya vivían allí y no los podían tirar de su vivienda y este verano se bañarían todas las tardes en la piscina de 10x10 metros.
La reunión terminó y se aprobó por mayoría lo del contratito de buenas costumbres. De las 18 vecinas y vecinos que asistimos, 7 votaron a favor, 2 en contra, el hippie y yo. El resto se abstuvo.
Enseguida se pusieron en marcha para redactar el contrato. No tardaron ni cinco minutos. Sólo se decía que las buenas costumbres las decidiría una comisión de vecinos en cada momento y ante cada situación. Si la comunidad considerara que una nueva o nuevo vecino había violado el contrato, sería expulsado y debería poner su piso en venta inmediatamente. Alucinante.
Hoy, viernes 8 de febrero de 2008, el la fachada de mi finca cuelgan dos carteles de se vende. Son las puertas 1 y 2.
¡Qué mierda de comunidad!

boomp3.com
La mauvaise réputation - Georges Brassens

1 comentario:

Anónimo dijo...

Falta esta.
Todas las mañanas a las 7 horas se realizaran footing los hombres de la Finca, se escojera a la más guapa/hermosa para que haga de liebre, y los hombres detras de ella.
Buenos dias por la mañana temprano.